domingo, 3 de junio de 2012

Chismicos electrónicos para leer libros

Recientemente he tenido la oportunidad de tener en mis manos cuatro o cinco modelos de lectores de e-books, además de una tableta iPad de Apple. La verdad es que me he acercado a esos aparatos sin ninguna intención de analizarlos y sin idea preconcebida alguna, pero como uno se viene dedicando a esto de los libros desde hace mucho, pues iba siendo ya hora de darles un mirao a esos chismes de los que tanto hablan desde la peluquera de mi barrio en la cola de la panadería hasta los gurús de las nuevas tecnologías en la cola de Twitter.

Pues bien, después de haber visto un puñado de ellos, los lectores de libros electrónicos tienen la curiosa virtud de suscitar en mí una doble —y sin duda paradójica— actitud: la de neoludita recalcitrante y la de tecnoyonqui hipercrítico.

¿Alguien se acuerda hoy de tecnologías tan novedosas, innovadoras y revolucionarias como fueron en su día el reloj-calculadora de pulsera, la agenda electrónica de bolsillo —y su versión más desternillante todavía, el traductor electrónico de bolsillo, que iba a ser nuestro compañero inseparable en los viajes y las reuniones de trabajo con clientes y colaboradores extranjeros— o el radio-reloj despertador que fallaba más que una escopeta de feria? Bien, pues a mí —y a mucha otra gente, que tampoco voy a ir de gurú ni de visionario de nada— esos artilugios me parecieron ya obsoletos cuando los vi por primera vez en el escaparate de algún bazar de electrónica (ya el nombre de «bazar de electrónica» suena a cosa rancia a pilas, a tecnología de chichinabo, a artefactos de plástico fabricados en China que hacen bip-bip y otros ruiditos; el equivalente actual son claramente los bazares de chinos que proliferan como una plaga por nuestras ciudades y pueblos), aquellos establecimientos donde uno podía adquirir desde una calculadora con senos, cosenos, tangentes y cotangentes que nunca iba a utilizar o cualquier modelo posible de reloj de pulsera digital hasta un ventilador de plástico para el coche o un kit de limpieza para el reproductor de vídeo VHS. Pues, perdonen mi atrevimiento o mi ignorancia, pero es en esos bazares donde yo ubicaría el hábitat natural de esos lectores de e-books.

Dale caña, Bill, que los carga el diablo.

Además, como usuario de Mac que soy desde siempre, a los lectores de libros electrónicos les encuentro un tufillo repelente a microsoftada, a tecnología hecha por técnicos-técnicos para usuarios de cosas técnicas, no a una tecnología desarrollada por técnicos-diseñadores para usuarios humanos de tecnología avanzada. Cuando leo el texto de un libro en esos dispositivos tengo la sensación de estar leyendo directamente en un documento Excel. Y en eso tengo experiencia, ya que he tenido que leer muchos textos y hacer muchas traducciones en ese incómodo formato de Microsoft que, por absurdo que parezca, muchas agencias tienen la mala costumbre de utilizar para entregar trabajos a los traductores. Pero cuidado, que eso mismo también me ha pasado con algunos libros en papel, mayormente libros técnicos de editoriales especializadas —y cutres, por llamarlas de alguna manera—, que parecían hojas de cálculo de Excel impresas directamente en la láser de la oficina y encuadernadas en tapa blanda (aunque los editores deberían haberlos encuadernado con canutillo de plástico, que estéticamente pega más con el look Excel).

Puesto que sólo les he dado un somero vistazo, no voy a hablar de otros inconvenientes como la multitud de formatos e incompatibilidades, unos gráficos en mapa de bits que ni en la década de 1980 eran tan feos, los problemas de «descomposición» tipográfica de esos textos o la ausencia —o presencia molesta y muy malamente diseñada— de márgenes, folios, índices, bibliografías y otros elementos de navegación y de facilitación de la lectura que han hecho del libro impreso un objeto que ha soportado el transcurrir de cinco siglos y que sigue funcionando perfectamente en la actualidad.

En fin, espero que la cosa mejore, señores diseñadores y fabricantes de estos dispositivos y señores diseñadores y editores de estos libros electrónicos, porque tampoco se trata de negar que la idea es buena. Pero me da en la nariz que el tema del libro electrónico va a ir más por la vía de las tabletas como el iPad, del que de momento no tengo nada que decir, ni bueno ni malo, salvo que es un iPhone gigante muy bonito que no sirve para llamar por teléfono y cuya utilidad para mí hasta ahora no he descubierto, pero cuya interfaz y cuyas aplicaciones están diseñadas para parecerse más a las cosas del mundo real donde vivimos los seres humanos. En resumidas cuentas, que yo, si leo un libro, lo menos que le pido es que se parezca a un libro.